martes, 6 de enero de 2009

Destino y globalización

Una prostituta turca amenazada por ejercer su profesión en Alemania, un anciano de la misma nacionalidad que tras varios encuentros con esta mujer le pide que viva con ella para exigirle exclusividad sexual son los ingredientes con los que comienza esta receta con sabor a destino y tragedia llamada A la orilla del cielo (Auf der anderen Seite), filme producido por Alemania y Turquía y dirigida por Fatih Akin.
Los otros dos ingredientes que se suman a esta pieza son los hijos de ambos personajes señalados anteriormente, la hija de la prostituta, una activista turca que exige en su país se respete la libertad de expresión, el derecho a la educación a todos los habitantes así como el respeto a las mujeres. El elemento final y que servirá de enlace entre ambas naciones es el hijo del anciano, un profesor de origen turco que trabaja en una universidad en Alemania.
A la orilla del cielo es una historia trágica de desencuentros, un mar poco tranquilo que trata de reflejar los problemas de la cultura turca, sus costumbres machistas y alejadas del mundo moderno y que a pesar de estar cerca de unirse a la Comunidad Europea y a este mundo globalizado siguen siendo parte de una cultura cerrada que tiene pocos elementos en común con los países occidentales a los que se han ido integrando.
El acierto del filme es no caer totalmente en el discurso político, prefiere mostrar los problemas de la globalización, la pobreza, la falta de libertad a través de sus personajes, los seres que transitan en la historia son un reflejo de esos paisajes de injusticia que ha pintado el mundo moderno a través de sus sistemas económicos.
El filme también enfatiza en las relaciones entre padres e hijos, los desencuentros que no permiten volver a verse para empezar de nuevo, el destino que se empeña a darle una mano a la tragedia, o quizás el mundo de hoy le permite a esta última armas para llevar la delantera.
En cuestiones cinematográficas, el filme cumple con actuaciones convincentes, un guión sencillo sin fallas y sin demasiadas pretensiones más que retratar una historia en donde el destino es el principal manipulador de los hechos. Aunque no hay muchos escenarios, los paisajes turcos y alemanes sirven para darnos cuenta de la diferencia de culturas y la cámara es sólo un testigo que nos permite acompañar a los personajes en sus recorridos.
Finalmente, aunque el filme es más desalentador que esperanzador, deja la sensación de que la lucha en el mundo actual es más por sobrevivir que por intentar cambiar el mundo o los gobiernos, que la verdadera pelea debe darse en cada individuo por tratar de modificarse a sí mismo, en el perdón, en darle menos espacios a esa tragedia para que se globalice, la revolución quizás está en saber comunicarse con cualquier persona aunque no conozcamos los idiomas, darle un espacio a la compasión, en poder entendernos como humanos sin costumbres, sin religiones, sin importar la cantidad de euros o dólares en el bolsillo, descubrir que sólo somos personas que intentan encontrar sonrisas a la hora de volver a casa, en la arena, en un mar infinito que no nos da respuestas.


CALIFICACIÓN: BUENA



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